Por: Mallela V. Pérez Palomino
AMBIVALENCIA
Tu día no es lento como el mío,
ni te pierdes navegando en el hastío,
extrañarme te es placer desconocido
como es la flor del amor amanecido
en el rocío de mis ojos...
Añoro tu camino lleno de luz, de
cariño.
Tu sonrisa, tu mirada, tu destino.
Eres recuerdo, eres castigo.
Siento pasos que van a otro lado
hacia un momento, un instante,
un anhelo complacido.
No te quiero mirar, pero te miro.
Veo tu interior, veo tu alma,
siento tu recurrente amor,
alegre como un sol,
en un amanecer lleno de trinos.
Intuyo que eres generoso,
complaciente, bueno.
Te pienso iluso, cándido.
Te siento mío.
Desde un rincón de mi tristeza
me solazo con tu vida plena.
Dejo pasar las horas cuando pienso:
¿dónde me has colocado en tu
existencia llena?
Dormita mi silencio, no interrumpas,
menos con palabras que a la postre,
una vez razonadas, las desechas.
Te prohíbo irrumpir en la nostalgia
de mi calma.
No me hables, no te acerques,
para poder soñar que ya has venido.
Volverme loca pensando que me amas.
Sueños... de eso vivimos.
¿Quién no sueña cuando puede hacerlo?
Que cuando lo soñado se realiza,
se deja de soñar;
la realidad nos invade, nos asfixia:
luego vemos las fantasías como
migajas
y las ilusiones, sólo son cenizas.
Recrea tu espíritu en mi espera
pasiva
dolor sin pena,
lamento sin lágrima,
reproche callado,
palabra no dicha,
ese saludo al descuido.
Escapar: ausencia voluntaria,
aventura fugaz,
un ego dolorido.
Después el beso de adiós a los
suplicios
y un rencor chiquitito en el olvido.
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